domingo, 7 de abril de 2013

Sistema inmune I, protagonistas

Existe en nuestro organismo un complejo sistema de células y moléculas que se encargan muy eficazmente de defendernos día a día de los ataques de otros microorganismos infecciosos, así como eliminando aquellas células dañadas o estresadas, y gracias a él, podemos mantenernos íntegros... éste es el sistema inmune o sistema inmunológico.


El sistema inmune constituye el mecanismo biológico que permite discriminar entre lo propio y lo ajeno, permitiendo la defensa frente a la invasión de biosistemas extraños (virus, bacterias y parásitos, entre otros), así como frente a células dañadas, como células cancerígenas, células en necrosis o en apoptosis. Su correcto funcionamiento es esencial para el mantenimiento de la integridad de los organismos. El sistema inmune está constituido por una gran variedad de moléculas, de células y de órganos. En ocasiones patológicas el sistema inmune puede no reaccionar frente a células o moléculas patógenas o su respuesta puede ser escasa (inmunodeficiencia), pueden reaccionar contra lo propio (autoinmunidad) o puede reaccionar contra algo ajeno de forma excesiva (hipersensibilidad).

Todos los seres vivos tienen en mayor o menor medida un sistema inmunitario innato que protege frente a la infección de otros microorganismos, sin embargo, a partir de la aparición de los vertebrados mandibulados surgieron también los sistemas inmunitarios adaptativos. Así consideramos dos sistemas de inmunidad diferentes pero interrelacionados: la inmunidad innata y la inmunidad adaptativa.

La inmunidad innata es aquella que actúa en las primeras fases de la infección del agente extraño, es inmediata. Se caracteriza porque es un sistema constitutivo que no genera una respuesta específica contra el patógeno, sino que reconoce patrones moleculares asociados a patógenos, y no dispone de memoria inmunológica. La inmunidad adapativa o adquirida es aquella que actúa más tardíamente cuando las barreras de inmunidad innata no han conseguido frenar la infección, sin embargo lo hacen con una muy alta especificidad y además genera memoria inmunológica, de forma que adapta al organismo para que en una segunda infección de la misma naturaleza, el organismo esté adaptado y mucho más preparado para eliminar casi inmediatamente al agente infeccioso (esto supone la base de la creación de vacunas). Ambas respuestas inmunes están constituidas por elementos celulares (inmunidad celular) y moleculares (inmunidad humoral).

Los protagonistas que forman parte de la inmunidad innata son las primeras barreras de protección como el epitelio de la piel, glándulas secretoras que pueden secretar lisozima o pueden generar un pH que elimine al patógeno, las células granulocíticas (neutrófilos, eosinófilos, basófilos), que disponen de gránulos que pueden liberar frente a la presencia de patógenos (reconocen patrones moleculares ligados al invasor o señales químicas) generando diferentes efectos con el fin de acabar con el invasor como la inflamación o la quimioatracción de otros protagonistas inmunitarios, también pueden fagocitar al invasor. Las células presentados de antígenos profesionales (macrófagos, monocitos, células dendríticas, células dendríticas foliculares) son también capaces de fagocitar al agente considerado infeccioso y además pueden exponer ciertas regiones del agente infeccioso para alertar a otras células presentando el antígeno en sus superficie en el contexto del complejo mayor de histocompatibilidad (MHC) que son reconocidos por ciertos linfocitos T (pertenecientes a la respuesta inmunitaria adaptativa) relacionando ambas respuestas innata y adaptativa en este punto.  Finalmente, los otros protagonistas de la respuesta inmunitaria innata son los linfocitos NK (natural killer) que reconocen y matan a células que han perdido algún elemento que las reconocía como propias del organismo (frecuentemente células tumorales o células infectadas por algún virus) y el sistema del complemento constituido por una serie de moléculas bioquímicas capaces de generar la lisis de células infectadas, amplificar la respuesta inmune y/o bloquear el ataque de algún microorganismo invasor.




Los protagonistas que forman parte de la inmunidad adaptativa son esencialmente los linfocitos T colaboradores (CD4+) que activan a otras células en la respuesta inmune, los linfocitos T citotóxicos (CD8+) que son capaces de lisar directamente a células que muestran síntomas de infección, los linfocitos T de memoria que se generan y permanecen en el organismo años tras la infección, los linfocitos T reguladores que autolimitan y controlan la respuesta inmune y eliminan linfocitos T autorreactivos, los linfocitos B  que son capaces de producir contra el antígeno, anticuerpos y de diferenciarse a células plasmáticas y de memoria. Los anticuerpos son inmunoglobulinas muy específicas que son capaces de bloquear al antígeno, activar o atraer células efectoras de inmunidad o activar el complemento. La respuesta adaptativa está muy especializada y se caracteriza generalmente porque es específica, diversa, tiene memoria, no tiene autorreactividad y se autolimita. Respecto a la especialización y diversidad debemos señalar que los linfocitos T y B son capaces de reconocer antígenos extraños al organismo y esto implica: primero que se han seleccionado o han aprendido a distinguir lo propio de lo extraño (linfocitos T en el timo y linfocitos B en la médula ósea) y segundo: que tienen especificidad frente a TODOS los posibles antígenos del Universo antes de que esté presente en el organismo (Teoría de la selección clonal).

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