Cinco años después, soy
licenciado. Lo he conseguido con perseverancia, esfuerzo, pasión y dedicación.
Un profesor llamado Arturo Morales nos aclaró en segundo de carrera que la
palabra “estudiantes” venía del latín, estudi- (estudia) y antes. No procrastines.
En 2007 me vine a
Madrid procedente de Cuenca para iniciar mis estudios en la licenciatura de
Bioquímica. Por aquel entonces mi maleta estaba llena de dudas y
preocupaciones, me interesaban muchas áreas diferentes, todas ellas
relacionadas en mayor o menor medida con la biología y la ciencia en general.
Así es que decidí estudiar bioquímica, una mezcla de biología y química
orgánica. Por el horizonte flotaban términos como biotecnología que llevaban a la realidad utopías antes jamás
soñadas. Todo ello hacían que un estudiante de primero de carrera pudiera
imaginar la cantidad de herramientas, terapias y avances que se podrían
elaborar en un futuro no tan lejano. Para ser honestos no vi tan lejos la
posibilidad de hacer realidad la idea de la famosa película de Steven
Spielberg, Jurassic Park. Creo que
aún lo veo factible.
La carrera ha sido
justa, necesaria y suficiente. No olvidaré a mi profesor de Física de los
Procesos Biológicos Fernando Cussó. Ni al de Citología e Histología, Jesús Page.
Ni al fisiólogo vegetal, Eduardo Fernández. Ni al fisiólogo animal, Jonathan
Benito. Tampoco olvidaré a Elena
Bogónez, Enzimología, ni a Aurelio Hidalgo, Biotecnología Enzimática, ni a
Mauricio García de la costosa Estructura de Macromoléculas. Como en todas las
áreas del saber hubo asignaturas que me gustaron más como Genética, o la más
dura pero esencial, Metabolismo y su Regulación, las Bioquímicas Experimentales,
la Biotecnología Enzimática o la extensa Bioquímica Clínica. Deciros que el
nivel de prácticas durante la carrera ha sido muy alto. Desde expresar
proteínas recombinantes hasta análisis de paternidad. El nivel de los
profesores y los laboratorios es excelente. Finalicé la carrera con una
magnífica experiencia en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa durante
un año realizando el proyecto de fin de carrera. Eso que se conoce con el
terrorífico nombre de Bioquímica Experimental Avanzada. Allí me pude integrar
en un equipo científico, un laboratorio de prestigio trabajando en
neurodegeneración. De allí aprendí a fracasar. De ese tiempo me quedo con un gran amigo
que hice, tanto a nivel personal como profesional fue mi guía y mi ayuda desinteresada
cuando le necesité, Alejandro Arandilla.
Cinco años después, esperando
la nota de la última asignatura y asustado, Bioquímica y Microbiología Industrial
fue aprobada. Ya era licenciado. Se había cerrado el viaje.
Y ahora qué. Aquel
verano viajando entre Madrid, Cuenca y Valencia dudaba qué hacer. Todos son
dudas, pero lo bueno de la duda es que si dudas es porque tienes varias
opciones. Lo malo de elegir es que tiene un coste de oportunidad. Elegir también
es rechazar. ¿Qué sabía yo hacer?, ¿en qué podía emplear mi conocimiento? Habían
sido cinco años formándome de bioquímica y ciencia. Además de saber mucho sobre
laboratorios, reacciones químicas, organismos, farmacia, medicina, ciencia… había
adquirido varias e importantes aptitudes. Hablo de gestionar tiempo apropiadamente,
ser responsable, comprometido, integrarse en equipos de trabajo de excelencia…
Pero para mí lo más importante fue la forma de pensar y actuar. Es lo que más
valoro de mi formación universitaria. Cinco años me han dado una “way of
thinking” diferente. Los problemas los abordo con otra mentalidad, esa
mentalidad científica que permite dar enfoques múltiples, precisos y objetivos.
Ahora me podrían hacer la trampa de preguntarme por la primera enzima que
participa en el Ciclo de Krebs, dudaría, probablemente me costaría localizarla
mentalmente. Sin embargo tendría recursos suficientes para resolver esa duda.
Hablo de tener información localizada, de saber resolver los problemas por
otras vías, hablo de tener recursos. Después de cinco años exigiendo al cerebro
lo máximo para estudiar, obligatoriamente tu actitud ante las demandas de la
vida ha mejorado, y esa es tu gran aptitud, lo que de verdad has aprendido, lo
que te llevas para siempre, un pensamiento elevado. El resto se oxidará con el
paso del tiempo.
Es cierto que me interesaba
el mundo de la industria farmacéutica, especialmente los Ensayos Clínicos,
donde podría estar en contacto con investigaciones médicas punteras, trabajando
y decidiendo la idoneidad de aquellas herramientas terapéuticas que podrían
salvar vidas. Sin embargo por aquel entonces necesitaba un nivel de inglés que
no disponía. Analizada la situación, ante las dudas y la situación económica
del país decidí tomarme un año de mejora de inglés. Me fui a Dublín, Irlanda.
De nuevo la maleta y cerrado un viaje, iniciábamos otro que sería sin duda enriquecedor.
La vida es viaje. Preocúpate
el día que no viajes.
Unos días antes de
marchar para Dublín escribí en mi cuaderno de viaje una frase de “Viaje a Itaca”,
un poema de Constantin Kaváfis que mi padre me enseño a admirar:
La primera enzima del
ciclo de Krebs es la Citrato sintasa.
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